Por Paula Muñoz / Lingüista aplicada a la traducción, Universidad de Santiago
En mis casi 30 años de vida, el desarrollo de mi mundo ha cambiado drásticamente. Desde pequeña, sentí un gran llamado a viajar y prontamente, luego de estudiar mi carrera en idiomas, elegí trabajar en una de las aerolíneas chilenas más conocidas. Esto me permitió, por una parte, ampliar mi visión del mundo, recorrer lugares recónditos del planeta, selvas, desiertos, playas, distintas ciudades, así como culturas y personas, pero por otra parte, pude encontrarme con esta realidad inevitable que deja rastro en cada rincón del planeta: la basura. ¡Y es que estaba en todas partes y lo peor es que yo también dejé mi rastro! Jamás olvidaré un día en el desierto de Sahara, mientras recorríamos en hileras junto a mis amigas, guías y un grupo de viajeros, el momento exacto en el que mi botella se cayó de mi mochila deslizándose por la arena bajo las patas del camello que me llevaba. No me atreví a avisar, no me detuve a recogerla, y desde ese día me sentí tan responsable como cualquier persona que es parte de este sistema. Ese evento me abrió los ojos y, más allá de sentir culpa, me inspiró a informarme, a actuar especialmente buscando maneras de paliar el daño enorme que hemos causado.
Fue el inicio de un camino que ya no tiene vuelta atrás porque no puedo hacer vista gorda a todo lo que sé. Pero también he ido viviendo y entendiendo las etapas de concientización de este camino al despertar: la angustia en un principio, la empatía con la Tierra y sus seres vivientes y sintientes, la rabia, la victimización, el sentir que no era escuchada, que mi voz y ganas de hacer algo eran insignificantes al lado de quienes lideraban y tenían muchísimo más poder que yo. Son diferentes tipos de escucha porque “para ser líderes efectivos, primero debemos comprender el ámbito o espacio interior, desde el cual actuamos” (Scharmer, O. (Ed.) (2007). Por esto, sigo en la búsqueda de respuestas generativas en vez de respuestas reactivas para no permanecer en una mentalidad de frustración que poco a poco me llevará a ser parte de un verdadero cambio.
Así encontré a Fundación Basura, asistí a reuniones donde al fin no me sentía sola, escuchaba atentamente la motivación e inspiración de líderes que querían abordar distintas problemáticas desde sus conocimientos y experiencias personales. Comencé a incorporar en mi día a día nuevos conocimientos así como poco a poco prácticas de vida mucho más minimalistas y sustentables, fui compartiendo en los vuelos con mis colegas, realicé una charla de las 5R -las que existían en ese momento- y en el edificio en el que vivo comencé con una camioneta eléctrica a motivar a vecinos y vecinas a reciclar. La comunidad compró contenedores, con más vecinos nos organizamos para retirarlos, hicimos carteles y cada semana aumentaba la participación. Todas estas acciones se implementaron con el fin de co-crear un efecto cadena donde padres, madres, abuelos, jóvenes y niños pudieran sentirse parte del cambio. Sentir que comenzamos una nueva realidad en conjunto. Sin embargo, no es un trabajo fácil sostener este espacio. Se me vino encima tanta responsabilidad, porque además de la carga laboral, la cantidad de reciclaje junto con el poco apoyo municipal no me permitió continuar con esta iniciativa.
Sé que estoy recorriendo un camino donde no siempre resultan todas las iniciativas y muchas veces tendré que volver a detenerme para conectar con mi verdadera intención que a veces se ve mermada por el miedo, el ego o la desilusión, pero “mientras que el corazón abierto nos permite ver una situación desde la totalidad, la intención abierta nos permite empezar a actuar desde la totalidad emergente.” (Scharmer, O. (Ed.) (2007). La búsqueda por nuevas realidades continúa y lo más esencial de todo es que somos cada vez más quienes sentimos la intención abierta de actuar, y es que soy una fiel creyente de que inevitablemente para llegar a lo que somos tenemos que experimentar aquello que fuimos y ya no queremos ser.