A veces pensamos que la estamos haciendo “de oro” comprando un artículo que promete ser sustentable, biodegradable, o ecofriendly. Estamos dispuestas a pagar más o a dedicar tiempo extra en la búsqueda de ese producto perfecto que “salvará el planeta”. Sin embargo, en muchos casos, todos estos esfuerzos terminan siendo en vano.
Vivimos en un país –y un planeta– donde la conciencia sobre la crisis climática está creciendo, pero esta motivación genuina de muchas personas se ha convertido en el negocio oportunista de otras. Muchas empresas han adoptado el lenguaje de la sostenibilidad como parte de sus estrategias de marketing, no para proteger la salud del planeta, sino simplemente para vender más.
Estas afirmaciones sobre lo “verde” y lo “sustentable” suelen ser, en realidad, nada más que etiquetas puestas en un envase. Este fenómeno, es lo que llamamos greenwashing, el cual hace alusión a la comunicación que tiende a confundir a consumidores/as al mencionar características “sustentables” de un servicio o producto cuando realmente no las tiene. El resultado no solo genera desconcierto, sino que también ralentiza los avances reales hacia la sustentabilidad. Por eso, su regulación no es solo necesaria, sino urgente.
El greenwashing se presenta de múltiples formas, y en esta página te enseñamos a identificarlo. Existen comúnmente siete tipos distintos, que incluye empaques con colores verdes; uso de elementos naturales como hojas, árboles, tierra; etiquetas ambiguas; slogans que prometen reducir emisiones sin datos concretos; sellos que carecen de certificaciones; uso de frases irrelevantes, exageradas o falsas compensaciones; aludir a las frases como “el mejor de …» o “el menor de los males”, entre otros.
Pero el problema va más allá del consumidor/a engañado/a. ¿Qué ocurre con las empresas que realmente están haciendo las cosas bien? Hemos visto compañías invirtiendo millones en modernizar sus procesos, capacitar a su personal y adoptar prácticas responsables. Sin embargo, enfrentan una competencia desleal frente a quienes usan este “ecoblanqueado” como un atajo barato para captar atención. Esto no solo desincentiva los esfuerzos genuinos, sino que también perpetúa un sistema económico basado en la desigualdad y la falta de transparencia.
El greenwashing no solo afecta a los y las consumidoras y al medioambiente. También pone en desventaja a quienes están comprometidos con un cambio verdadero. Es un obstáculo ético y práctico que debe ser desmantelado. Regularlo es imperativo, tanto para proteger la salud planetaria como para garantizar condiciones justas en el mercado.
Avanzar hacia una regulación efectiva no será sencillo, pero es indispensable. Necesitamos estándares claros, fiscalización estricta y sanciones ejemplares para quienes incurran en estas prácticas engañosas. Así, las promesas de sostenibilidad podrán convertirse en acciones reales.
Nuestro compromiso es claro: no descansaremos hasta que este esfuerzo se traduzca en una normativa nacional que garantice transparencia y equidad. Solo entonces podremos imaginar un futuro en el que lo sustentable sea más que un discurso: sea una realidad tangible.
Por Tamara Ortega, Directora Ejecutiva de Fundación Basura.