Por Felipe Fuentes Perisic
Todos los primero de marzo se conmemora el día internacional del Reciclador de base en honor a once trabajadores que fueron asesinados en Colombia en el año 1992.
Personas que no sólo reciclan, sin también recuperan, repararan y reutilizan productos que son descartados o desechados como si nada. Personas que realizan un trabajo silencioso, pero fundamental dentro de la cadena del reciclaje para la economía circular.
De hecho, hoy en día no es posible hablar de “reciclador base”, sino que son “familias recicladoras”, ya que más de la mitad de las personas que ejercen esta labor son mujeres que son sostenedoras de hogar. Por lo tanto, es importante que cada hogar pueda comprender que al separar y clasificar las bolsas de basura o de residuos, estamos contribuyendo a que varias familias puedan simplificar su arduo trabajo.
Otra forma de aportar a las familias recicladoras es visibilizar como sociedad sus problemáticas, como las dificultades de salud que se provocan al exponerse constantemente al tratamiento de residuos mal separados, o como el estigma que se provoca en las personas al verlos clasificar los residuos. En este sentido, se debiese aportar en la facilitación de materiales y tecnología que les permita recaudar más y de mejor forma o crear más centros de acopio, junto con incluirlos en la creación de políticas públicas relacionadas con la gestión de residuos, en programas de reciclaje, e igualmente es importante otorgarles más herramientas y autonomía para que ellos mismos puedan implementar proyectos y modelos integrales que potencien la economía circular.
En mi opinión, creo que hay que empatizar con las vidas de estas familias que son poco vistas y que, si fuesen más visibles, se potenciaría el gran aporte que generan a nuestra sociedad, haciendo que nuestros desechos terminen en un mejor lugar para seguir siendo aprovechados. La acción comienza por ponerse en el lugar de estas personas y de valorar que su trabajo es imprescindible para que vivamos en un mundo más limpio y sustentable.
Esta empatía debiese nacer desde el deseo de la mejora de sus condiciones, de que puedan ser vistas y que puedan involucrarse activamente en sus vidas y entender qué buscan, qué quieren y qué no quieren, no desde un asistencialismo que niega su autonomía, su inclusión y su participación.