Por Isabel Margarita Aguilera, Jefa de Medio Ambiente Ilustre Municipalidad de Santiago
Así como las vasijas de aceite de oliva se transformaron en el Monte de Testaccio, en la misma cultura del diseño y la innovación donde hoy se piensan las tecnologías más vanguardistas en materia de reciclaje y economía circular, muchas personas, en mil partes del mundo, han observado cómo la reflexión sobre el consumo, en tiempos de eco ansiedad, también se sucede y en hora buena.
Hoy, dándonos cuenta de los fuertes impactos socio ambientales que no parecen tener reconversión, y frente a la inminente crisis climática que amenaza nuestra vida, elaboramos estrategias ambiciosas para intentar manejar lo inmanejable, desde la intelectualidad, la ingeniería y los cálculos que nos entregan las alarmantes proyecciones climatológicas, desatendiendo una vez más la esencia innata que nos golpea a través de la intuición, queriendo decirnos algo.
El desarrollo de la humanidad, cargado de luces y sombras, tal como lo leemos hoy, ha basado su propósito en alcanzar una tecnologización cada vez mayor a través de la competencia y el racionalismo exacerbado, generando externalidades que hoy nos pasan la cuenta y que se pueden ejemplificar en las indiscutibles vulnerabilidades al fenómeno del cambio climático.
¿Qué hacer para darle una vuelta más positiva a este panorama tan adverso? ¿Qué estrategia debemos abordar en nuestras comunidades para generar compromiso traducido en acción? Conversando con niños, niñas, abuelos y abuelas, surgen respuestas alentadoras, cargadas de simpleza y de reminiscencia de tiempos mejores, más austeros y simples, más conscientes y donde cada acción vale la pena en sí misma.
Las personas que habitaron Testaccio seguro observaron sigilosamente a sus abuelas y aprendieron de ellas sobre reutilización y reparación, jugaron con juguetes hechos en casa, valoraron la simpleza de la comida de la huerta y nuevamente se nutrieron del aceite de oliva para seguir emprendiendo. Pensaron mucho el ecodiseño y cómo la recuperación de materiales les daba otra oportunidad en lo que hoy denominamos circularidad de la economía. Cuidaron la tierra, la regeneraron pensando en que muchas generaciones más debían vivirla.
Reflexionar el consumo desde donde gatillamos la acción, nos hace ser referentes ante nuestra comunidad y nos desafía a ser mejores integrantes del ecosistema al cual pertenecemos: la tierra. “Una economía circular es reconstituyente y regenerativa por diseño y se propone mantener siempre los productos, componentes y materiales en sus niveles de uso más altos”(Cerdá y Khalilova 2015). Ahí está el desafío. Seguir avanzando en la senda del desarrollo pero en conexión con nuestro sentir y nuestra intuición, atendiendo los sonidos de la naturaleza y sus tiempos, sus ritmos y sabios ciclos.
La resiliencia nos enseña a adaptarnos para sobrevivir y sobrellevar lo adverso que nos amenaza de distintas maneras. Esa misma energía es necesaria para impactar a la comunidad e invitar a reflexionar sobre qué, cómo y para qué se consume; sobre cómo manejar los recursos y cómo transformarlos en residuos activos, útiles y comunes. La invitación está abierta y sólo requiere mucha energía de compromiso y acción. ¡Súmate!